1.31.2012

rostro




Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado
tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino
imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo,
nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a
veces nos alcanza al transponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese
envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo
cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los ojos, cómo hacía la
mirada más triste, la boca más definitiva, cómo grababa la frente con grietas profundas.
En lugar de horrorizarme seguí la evolución de ese envejecimiento con el interés que me
hubiera tomado, por ejemplo, por el desarrollo de una lectura. Sabía, también, que no me
equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal. Quienes me
conocieron a los diecisiete años, en la época de mi viaje a Francia, quedaron impresionados
al volver a verme, dos años después, a los diecinueve. He conservado aquel nuevo
rostro. Ha sido mi rostro. Ha envejecido más, por supuesto, pero relativamente menos de lo
que hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha deshecho como algunos rostros de rasgos finos, ha conservado los mismos contornos, pero la materia está destruida.

-Marguerite Duras, El Amante

posted by Glifo @ 10:27 p.m.   0 comments

2012

posted by Glifo @ 10:10 p.m.   1 comments



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