inmoral
Los pancakes que hace mi papá son los mejores. Esponjaditos y suaves. Le pone una cubierta de rico queso crema, miel y pedazos de manzana caliente. Son mi perdición. Creo que el amor que siento por él, se basa en ese desayuno. No es frecuente que lo vea. La sentencia del juez en el divorcio, indicaba que pasaríamos juntos los fines de semana. En realidad iba uno que otro domingo. El siempre estaba muy ocupado y andaba de viaje. Además a mi madre no le gustaba la idea de dejarme más de una noche a los cuidados de otra persona que no fuera ella. Ahora que no nos obliga ningún papel compartimos un poco más de tiempo. Mi madre ya no está tan al pendiente de mi pues se volvió a casar y consiguió en su hijastra a la niña bonita que siempre deseó tener.
Este fin de semana he venido a visitarlo, y he traído a mi chica. La conocí en la Universidad. Ella me encanta. Es preciosa, blanca con su pelo negro, negrísimo y sus ojos azules. Es de sonrisa fácil, y me fascina cuando se pone sus faldas de muchos volantes, y unas botas negras imposibles. Camina con desparpajo por la vida con fuerza y seguridad. Es lo contrario a mi, tiene lo que me falta y deseo. Ella le gusta a todo el mundo, y nunca me había imaginado poder tenerla. Fue una sorpresa total cuando en una fiesta de la facultad, me agarró de la mano y me llevó a un baño. Todavía me excito cuando recuerdo esa noche. Los nervios no me dejaban disfrutar del todo ni tomar bien la iniciativa, y eso que no era mi primera vez. Ella se hizo cargo de la situación, siempre lo hace cuando me ve en apuros de tomar una decisión. Me besó con hambre, y me hizo poner una mano en sus tetas y la otra bajo su falda. Ella misma se penetró con mis dedos. Yo no podía quitar los ojos de su rostro, mirando atentamente cada una de sus expresiones de placer. La veía morderse los labios, sudorosa, apoyando sus manos contra la pared y moviendo sus caderas frenéticamente hasta dejarme la mano bien embarrada. Ella es un mar de calor y lava, lasciva por naturaleza. Cuando finalizaron sus espasmos, me llevé los dedos a la boca para probarla y llenarme de su sabor. Desde entonces está conmigo, esa misma noche se movió a mi apartamento.
Mi madre aún no la recibe en su casa, siempre me cambia la conversación cuando sale a relucir el tema. Ni siquiera es capaz de mirarme a los ojos en esos momentos. Transforma su expresión facial, se pone hacer cualquier cosa y comienza a hablarme de los planes de la boda de su hijastra. Eso le hace mucha ilusión y yo no le insisto. Nunca lo hago, no impongo nada, me dejo llevar. Mi padre fue el de la idea de invitarla estos días, según me dijo tenía curiosidad por conocerla. Esto sí que no me lo esperaba. Cuando llegamos la miró de arriba a bajo y le dio un amable beso en la mejilla. Sé que le gustó, ella provoca esas reacciones. A mi me miró de forma burlona, y me alborotó el pelo con una mano. Nunca me besa, pocas veces me mira. La conversación de los tres fue corta. Mi padre tenía que salir a resolver algunas cosas, nos dijo que disfrutáramos de la casa y que ya en la cena compartiríamos un rato agradable.
Durante el tiempo que estuvo fuera, aprovechamos para darnos un chapuzón en la piscina y fumar yerba. Estaba preciosa en su traje de baño azul turquesa, con el pelo mojado y los pezones erectos. Aspiraba el humo profundamente y lo exhalaba al rato en una sonrisa. Yo me dejaba invadir de sensaciones relajantes. En cada bocanada me iba sintiendo como en la gloria y mis pensamientos se volvían atrevidos. Cada poro de mi piel estaba en alerta y solo verla me erotizaba. Ella era mi fantasía, sus travesuras me divertían y me tentaban. ¿Qué me importaban las apariencias, la moral o las buenas costumbres en el preciso momento en que dejaba los senos al desnudo? Nada. Que me condenen si quieren, que me rechacen todos. Poco me importa, porque mi lugar en el mundo está entre sus piernas. Nunca me cansaré de lamerla, de probar sus jugos con sabor a manzanas en miel caliente. Puedo morir feliz mientras tengo su clítoris en mi boca. Es cuando deseo tragarla por completo, llevarla dentro de mi y así poder ser todo lo que quiero. Hacerla gozar es mi principal objetivo. Vivo para esos momentos y esos momentos son mi vida. Se agitó descontrolada sobre mi cara, le hundí la lengua profundamente y sus gemidos me enloquecieron. Fue un viaje, un viaje que hemos compartido muchas veces. Si esto es transgresión tengo fe en que el cielo lo perdonará.
Durante la cena hablé poco. No sé si fue la marihuana en la tarde o el vino que tomamos con la comida, pero tenía muchas ganas de dormir. Ellos conversaron animadamente, mi papá la hizo probar varios tipos de vino y ella estaba muy interesada en las historias que él le contaba de cada uno. Decidí irme a la habitación y dejarlos compartir, antes le dije que la esperaría allí. Me dedicó una brillante sonrisa, y mi padre le pasó el brazo por los hombros y también sonrió. Mi padre tiene una sonrisa enigmática, como todo él. Nunca puedo tener certeza de qué es lo que piensa. Me resulta a veces como un desconocido, no logro descifrarlo. Me parece siempre tan distante, solo cuando me prepara desayuno lo siento cercano, y hasta lo quiero.
Extrañé se peso en la cama, y el olor de su cabello, aún así me dormí enseguida. No sé por cuanto tiempo estuve sin ella. Mal durmiendo hasta que decidí levantarme y buscarla. La necesitaba. Caminé despacio hacia la sala, de alguna forma ya imaginaba lo que iba a ver, pero no por eso dolió menos. Ella estaba allí en el sofá. Gimiendo bajo el cuerpo de él, su boca abierta y un hilo de baba saliendo de sus labios. Los sonidos que emitían sus cuerpos al juntarse, hacían eco en mis oídos. Si tan solo alguien apagara todas las luces, para no ver más, para que esto no se me grabe en la memoria como se está grabando. Que quien sea le de pausa a la acción y los cuerpos cesen de moverse, y él deje de entrar y salir de ella, y que ella deje de gemir. No quiero escuchar cómo él le pregunta cosas, no quiero escuchar lo que ella le contesta. No quiero que sean él y ella. Ella y él, no.
Hubiera querido gritar, chillar, arrojar cosas, golpearlos. No lo hice.
Durante esta mañana, desayunamos los tres en silencio. Mi padre nos ha preparado pancakes. A cada bocado voy recordando la noche anterior. Luego de verlos me alejé trastabillando hasta mi habitación. Me tiré en la cama. Ni siquiera podía llorar. Siglos después ella llegó, aún sudorosa, con el pelo pegado a la frente. Hermosa. Se acostó a mi lado, puso su cabeza en mi brazo y su mano en mi vientre.
-Sé que nos viste. – dijo.
Me mordí los labios cuando empezó a acariciarme.
– Sé que nos escuchaste.
Lamió mi cuello y se incorporó sobre mí.
– Sé que estuviste ahí.
Puso su manos en mi entrepierna y restregó sus pechos contra los míos.
– Te amamos.
Mi madre aún no la recibe en su casa, siempre me cambia la conversación cuando sale a relucir el tema. Ni siquiera es capaz de mirarme a los ojos en esos momentos. Transforma su expresión facial, se pone hacer cualquier cosa y comienza a hablarme de los planes de la boda de su hijastra. Eso le hace mucha ilusión y yo no le insisto. Nunca lo hago, no impongo nada, me dejo llevar. Mi padre fue el de la idea de invitarla estos días, según me dijo tenía curiosidad por conocerla. Esto sí que no me lo esperaba. Cuando llegamos la miró de arriba a bajo y le dio un amable beso en la mejilla. Sé que le gustó, ella provoca esas reacciones. A mi me miró de forma burlona, y me alborotó el pelo con una mano. Nunca me besa, pocas veces me mira. La conversación de los tres fue corta. Mi padre tenía que salir a resolver algunas cosas, nos dijo que disfrutáramos de la casa y que ya en la cena compartiríamos un rato agradable.
Durante el tiempo que estuvo fuera, aprovechamos para darnos un chapuzón en la piscina y fumar yerba. Estaba preciosa en su traje de baño azul turquesa, con el pelo mojado y los pezones erectos. Aspiraba el humo profundamente y lo exhalaba al rato en una sonrisa. Yo me dejaba invadir de sensaciones relajantes. En cada bocanada me iba sintiendo como en la gloria y mis pensamientos se volvían atrevidos. Cada poro de mi piel estaba en alerta y solo verla me erotizaba. Ella era mi fantasía, sus travesuras me divertían y me tentaban. ¿Qué me importaban las apariencias, la moral o las buenas costumbres en el preciso momento en que dejaba los senos al desnudo? Nada. Que me condenen si quieren, que me rechacen todos. Poco me importa, porque mi lugar en el mundo está entre sus piernas. Nunca me cansaré de lamerla, de probar sus jugos con sabor a manzanas en miel caliente. Puedo morir feliz mientras tengo su clítoris en mi boca. Es cuando deseo tragarla por completo, llevarla dentro de mi y así poder ser todo lo que quiero. Hacerla gozar es mi principal objetivo. Vivo para esos momentos y esos momentos son mi vida. Se agitó descontrolada sobre mi cara, le hundí la lengua profundamente y sus gemidos me enloquecieron. Fue un viaje, un viaje que hemos compartido muchas veces. Si esto es transgresión tengo fe en que el cielo lo perdonará.
Durante la cena hablé poco. No sé si fue la marihuana en la tarde o el vino que tomamos con la comida, pero tenía muchas ganas de dormir. Ellos conversaron animadamente, mi papá la hizo probar varios tipos de vino y ella estaba muy interesada en las historias que él le contaba de cada uno. Decidí irme a la habitación y dejarlos compartir, antes le dije que la esperaría allí. Me dedicó una brillante sonrisa, y mi padre le pasó el brazo por los hombros y también sonrió. Mi padre tiene una sonrisa enigmática, como todo él. Nunca puedo tener certeza de qué es lo que piensa. Me resulta a veces como un desconocido, no logro descifrarlo. Me parece siempre tan distante, solo cuando me prepara desayuno lo siento cercano, y hasta lo quiero.
Extrañé se peso en la cama, y el olor de su cabello, aún así me dormí enseguida. No sé por cuanto tiempo estuve sin ella. Mal durmiendo hasta que decidí levantarme y buscarla. La necesitaba. Caminé despacio hacia la sala, de alguna forma ya imaginaba lo que iba a ver, pero no por eso dolió menos. Ella estaba allí en el sofá. Gimiendo bajo el cuerpo de él, su boca abierta y un hilo de baba saliendo de sus labios. Los sonidos que emitían sus cuerpos al juntarse, hacían eco en mis oídos. Si tan solo alguien apagara todas las luces, para no ver más, para que esto no se me grabe en la memoria como se está grabando. Que quien sea le de pausa a la acción y los cuerpos cesen de moverse, y él deje de entrar y salir de ella, y que ella deje de gemir. No quiero escuchar cómo él le pregunta cosas, no quiero escuchar lo que ella le contesta. No quiero que sean él y ella. Ella y él, no.
Hubiera querido gritar, chillar, arrojar cosas, golpearlos. No lo hice.
Durante esta mañana, desayunamos los tres en silencio. Mi padre nos ha preparado pancakes. A cada bocado voy recordando la noche anterior. Luego de verlos me alejé trastabillando hasta mi habitación. Me tiré en la cama. Ni siquiera podía llorar. Siglos después ella llegó, aún sudorosa, con el pelo pegado a la frente. Hermosa. Se acostó a mi lado, puso su cabeza en mi brazo y su mano en mi vientre.
-Sé que nos viste. – dijo.
Me mordí los labios cuando empezó a acariciarme.
– Sé que nos escuchaste.
Lamió mi cuello y se incorporó sobre mí.
– Sé que estuviste ahí.
Puso su manos en mi entrepierna y restregó sus pechos contra los míos.
– Te amamos.
Me desvistió poco a poco. Besándome cada pocos centímetros de piel y yo me dejé hacer.
Imagen: Severia
By: Mariah DeviantArt